Hace algunos días, en una de mis clases sobre evaluación, surgió el
problema de los errores y de las repercusiones de los mismos en los alumnos
evaluados. Se habla de errores de múltiples tipos, desde el autoritarismo hasta
la frivolidad. Desde la falta de rigor en las correcciones hasta las
comparaciones improcedentes. La evaluación de los alumnos en las instituciones
escolares es una de las cuestiones más problemáticas. En realidad, pone sobre
el tapete todas nuestras concepciones sobre la sociedad, la escuela, la tarea
docente, el aprendizaje y la enseñanza. Se puede decir a alguien, sin mucho
temor a equivocarse: <<Dime cómo evalúas y te diré qué tipo de
profesional y de persona eres>>.
Entre las muchas intervenciones me llama la atención la de una alumna que
cuenta su experiencia en la antigua Enseñanza General Básica. Dice que tenía un
profesor que periódicamente le repetía: <<Tú no llegarás nunca a nada, tú
no obtendrás el graduado escolar>>, <<Tú…>>. Le pregunto:
<<¿Qué pensabas, qué sentías, cómo reaccionabas ante tamaña
profecía?>>. La alumna responde con aplomo: <<Yo mostraba mi dedo
corazón en un gesto de rebeldía y de rabia>>. <<¿Lo mostrabas de tu
mente?>>, pregunta un compañero. <<No, no, visiblemente>>,
apostilla la interpelada. Es decir, que hacía el gesto tradicionalmente
conocido como <<la peseta>>. Esta actitud resultaba chocante ya
que, según palabras del profesor, <<con lo bien que se porta en clase y
lo correcta que es, en cada reunión tiene una actitud indeseable, es una
insolente>>.
Ese dedo salvó a esta alumna del fracaso y del abandono de los estudios.
Hoy cursa 3º de Magisterio en la Facultad de Ciencias de la Educación. Si se lo
llega a creer, si acepta aquel vaticinio, si da por buena la predicción
pesimista de su profesor, no hubiera obtenido el graduado escolar.
Cuenta la alumna que hace unos meses visitó su antiguo centro en el que
todavía imparte clases el desafortunado profesor. Le recordó aquellos
encuentros (a los cuales acudía en compañía de sus padres) y sus frases de
triste recuerdo. El profesor le replica: <<Es el único caso en que me he
equivocado>>.
Pensábamos en la clase: ¿No tendrá responsabilidad alguna ese maestro en
los fracasos que había anunciado? ¿No resulta inadmisible que se paguen sueldos
a personas que se dedican a poner sobre las cabezas de los alumnos un techo que
les hace mirar hacia el suelo?
Este caso se repite una y mil veces en las aulas (y, a veces, también en
las casas teniendo como protagonistas a pares e hijos). Las profecías de
autocumplimiento jalonan la tarea educativa. Muchos alumnos acaban siendo
aquello que los demás esperaron que fueran.
La actitud de rebelión de esta chica, su confianza en sí misma, su esfuerzo
para seguir adelante frente a las predicciones pesimistas y a los malos
augurios constituyen un ejemplo admirable.
El caso que nos ocupa tiene dos caras. Una se refiere a su actitud
inteligente y esforzada. A la capacidad de decir: <<No lo acepto>>,
<<No me lo creo>>, <<No voy a obrar dando la razón a quien no
la tiene>>. La rebeldía frente a las condenas y a las descalificaciones
es imprescindible para no ser aplastados por quienes utilizan el poder y el
conocimiento para aplastar, para impedir el crecimiento.
La otra cara de la cuestión es la actitud de quienes se empeñan en poner
zancadillas en la vida de los otros. En lugar de alentarlos para que se
superen, ponen obstáculos en su camino. El principal obstáculo es el que lleva
a la persona al convencimiento de que no vale para nada, de que aunque lo
intente no lo podrá conseguir.
Hay apreciaciones negativas que pesan como una losa sobre la espalda de las
personas minusvaloradas. Hay comparaciones esterilizantes que dejan a la
persona contra las cuerdas de la desconfianza y de la incapacidad. No todos
valen para todo, es obvio. Pero de ahí a poner etiquetas como si se tratase de
revelaciones infalibles, hay una distancia muy grande.
¿Quiénes ponen zancadillas en la construcción del auto-concepto de las
personas? Lógicamente aquellas personas que tienen una mayor influencia sobre
los destinatarios de las premoniciones: los padres, los educadores, los amigos.
Leo en el libro Para educar valores,
del venezolano Antonio Pérez Esclarín, el siguiente relato.
Un profesor universitario
envió a sus alumnos de sociología a las villas miseria de Baltimore para
estudiar doscientos casos de varones adolescentes en situación de riesgo. Les
pidió que escribieran una evaluación del futuro de cada muchacho. En todos los
casos, los investigadores escribieron: <<No tiene posibilidad de éxito>>.
Veinticinco años más tarde,
otro profesor de sociología encontró el estudio anterior y decidió continuarlo.
Para ello envió a sus alumnos a que investigaran qué había sido de la vida de
aquellos muchachos que, veinticinco años antes, parecían tener tan pocas
posibilidades de éxito. Exceptuando a veinte de ellos, que se habían ido de
allí o habían muerto, los estudiantes descubrieron que casi todos los restantes
habían logrado éxito más que mediano como abogados, médicos y hombres o mujeres
de negocios.
El profesor se quedó pasmado
y decidió seguir adelante con la investigación. Afortunadamente no le costó
mucho localizar a los investigados y pudo hablar con cada uno de ellos.
- - ¿Cómo
explica usted su éxito? –les fue preguntando.
En todos los casos, la
respuesta, cargada de sentimiento, fue:
- Hubo
una maestra especial.
La maestra todavía vivía, de
modo que la buscó hasta encontrarla. El profesor preguntó a la anciana y
todavía lúcida mujer, qué fórmula mágica había usado para que esos muchachos
hubieran superado la situación tan problemática en que vivían y triunfaran en
la vida.
Los ojos de la maestra
brillaron y sus labios esbozaron una grata sonrisa:
- En
realidad, fue muy simple – dijo -. Todos esos muchachos eran extraordinarios.
Los quería mucho.
He aquí la clave. Si la educación es algo es,
sobre todo, comunicación. Y si hay una comunicación que ayuda a crecer y a
desarrollarse de forma sana y equilibrada es el amor. De ahí mi decidida
invitación a quien reciba un vaticinio aplastante: <<¡El dedo, corazón!>>
(Sur, 26
de mayo de 2001)
"La pedagogía contra Frankenstein" Miguel Ángel Santos Guerra.
Os dejamos con la siguiente reflexión:
¿Es importante el dedo corazón en la educación?